martes, 15 de septiembre de 2009

A un año del fin de Lehman Brothers

Septiembre, 2008. Miradas cabizbajas, nervios, pánico, mensajes catastróficos. El fin de Wall Street parecía cerca. Era el fin de Lehman Brothers.

La gran depresión versión 2008 estaba en ciernes y se sentía como nunca en el corazón de la gran manzana. La Reserva Federal se había hecho eco de la gran enseñanza de la crisis de los años 30 tratando de evitar a toda costa la salida en manada que lleva a la quiebra sistemática a bancos e instituciones financieras, preludio suficiente para hacer trizas el funcionamiento de una economía tan sofisticada y sedienta de financiamiento como la estadounidense.
Sin embargo la prestigiosa Lehman Brothers no corrió la misma suerte, como tampoco sus inversores y empleados. La Fed se jugó su último ápice de republicanismo aduciendo que el banco de inversión debía conseguir fondos por sus propios medios, y si así no lo hacía, se tendría que abstener a la ley de quiebras. La suerte fue echada y se produjo seguidamente un nuevo derrumbe de los mercados, pero un grado de incertidumbre y pánico tal que no se recordaba se adueñó de las bolsas mundiales.

¿Cometería el gobierno estadounidense nuevamente el error de dejar caer al sistema financiero produciendo un descalabro catastrófico de su economía doméstica y acto seguido de la mundial? ¿O bien, salvaría a los bancos con dinero de contribuyentes para evitar el derrumbe que se anunciaba aún a costa de aumentar su déficit de forma monumental y dar así un apoyo explicito a Wall Steet?

Claramente el dilema no era menor. Y la ecuación costo beneficio se inclinaba hacia la segunda opción. George W. Bush, posiblemente el más impopular de los presidentes norteamericanos no dudó en cambiar su estrategia y convencer al mundo de que Estados Unidos haría todo por salvar a los mercados de la hecatombe aunque sea haciendo la intervención más masiva de la que se tenga recuerdo. Convenció al Congreso de que necesitaba 800 mil millones de dólares (aún cuando nadie podía entender como y para qué se utilizarían) y al mundo de que su país seguía siendo el refugio más seguro para cualquier inversión. Retirarse como el presidente que llevó al país de nuevo a la gran depresión por dar una lección a los mercados no es una opción para ningún político, menos cuando se está a pocos meses de dejar el gobierno.

Para Obama, la segunda opción era también la mejor. Bush siempre quedaría como el responsable de la crisis y su carisma y predisposición “al cambio “bastaría para poner la casa en orden. Un poco de discurso proteccionista y anti mercado (siempre bueno en momentos de hambruna) sería suficiente para frenar la desmesurada ambición financiera.
La segunda opción es sin duda la humanamente viable, no podemos asumir el costo social que implica un nuevo crack como el del 30. Sin embargo, pese a las promesas de campaña, no se han hecho reformas significativas en el funcionamiento y regulación de los mercados de valores. Estos no son ni codiciosos ni ambiciosos, simplemente son mercados. Y sus límites no están ni pueden ni deben trazarse por la buena voluntad o la responsabilidad social de sus participantes o por las expresiones políticamente correctas del presidente de turno, sino por reglas claras que impongan restricciones al manejo de los riesgos y a la especulación. El proyecto de ley de regulación de los mercados financieros enviado al Congreso por la administración Obama aún espera ser tratado y no hay señales claras desde el poder ejecutivo ni legislativo de que será aprobado en el corto plazo.

La gran lección que nos queda de la crisis es que el rol de los bancos centrales y su acción coordinada a nivel mundial ha sido vital para evitar la profundización del pánico bancario y un derrape financiero aún más agudo del que se produjo.
Los desafíos que nos deja, en cambio, son mayúsculos. Avanzar en la regulación de los mercados financieros y del sistema bancario para hacerlo realmente sólido, y trabajar en corregir el gran desequilibrio que a largo plazo generan los rescates, no solo en términos de riesgo moral, sino también en la necesidad que tiene el gobierno estadounidense de poner en orden sus cuentas fiscales lidiando al mismo tiempo con un riesgo de inflación que será creciente en la medida que la economía de señales más claras de recuperación. La necesidad de corregir el déficit a su vez es contraria al impulso fiscal que la economía necesita, pero el mundo paulatinamente puede empezar a preguntarse hasta que punto el Tío Sam podrá hacerse cargo de tantos frentes a la vez. Y si hay una segunda gran lección en esta crisis es la vital importancia de las expectativas y la confianza. La confianza en el dólar y en los bonos del tesoro americano ha sido la gran aliada de la Fed. Mantener esa confianza en los mercados será vital para poder superar los escollos que se avecinan.

Un año después con la recesión que parece llegar a su fin se ha superado el pánico y se han recuperado las bolsas. Lo que si no se ha alcanzado es la voluntad política necesaria para encarar una reforma de fondo en Wall Street que impida que una futura crisis vuelva a hacer tambalear al sistema financiero y a la estabilidad mundial de la forma que lo ha hecho tras el colapso de Lehman Brothers y para que el dinero de los contribuyentes no se vuelva a usar para realizar rescates masivos.

2 comentarios:

El desquitado dijo...

A la pipetuá!

- Tintes de demócrata, otros de republicanismo, logrando un mix que parecería balanceado.
- Excelente prosa.
- Buena foto.

Con ustedes, un viejo integrante de la Cátedra pero un nuevo contribuyente del blog: Manhattan.

Firme ese post Manhattan, firmelo!

Pota dijo...

Tarde pero seguro, mi bienvenida a esta casa de bajos estudios a Manhattan, exponente del ala no-tan-heterodoxa de la cátedra, para deleite de los muchachos de QLP